domingo, 17 de diciembre de 2017

Zurbarán: un escalofrío


Agnus Dei, Zurbarán c 1635





El cordero muy bien podría ser un santo a la espera del martirio. Expuesto como un trofeo vivo, sin más compañía que el asedio de la luz, se diría que espera la terrible voluntad de algún verdugo. Su mismo desamparo, su lacerante sujeción, la intuitiva mansedumbre de su actitud y su mirada –que mira sin mirar ya nada- hacen de él la imagen más lograda de la víctima sacrificial. De una potencia tal que logra quebrantar el descanso y lo convierte en pesadilla.
¡Cuántas veces has venido, oh, bendito cordero, en mitad del silencio de la noche a perturbar mi sueño! ¿Y qué clase de pintor eres tú, Francisco de Zurbarán, que haces que llore cada vez que veo esas tiernas guedejas de vellón del color del hábito de los monjes cartujos?

Es la humillante condición del animal ofrecido a una causa ignota y sobrehumana lo que aleja al cuadro del simple bodegón y lo convierte en místico. No hay nimbo en la cabeza ni inscripciones alusivas –al menos en esta variante iconográfica del Prado- y, sin embargo, todos comprendemos que nos hallamos ante un símbolo total que nos supera y, en el fondo, ante un reflejo de nuestra propia orfandad en esta tierra. 

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