LA CIUDAD IDEAL. AUTOR DESCONOCIDO. SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XV
Lo acababa de dejar por escrito Leon
Battista Alberti en la primera parte de su tratado “De pictura” (1435) en el que afirmaba que la perspectiva es el
principal instrumento del pintor moderno para construir el espacio. El pintor
moderno –un intelectual antes que un artesano- es un arquitecto. Y un
arquitecto, lo sabemos bien, es el político por antonomasia.
Quien fuera que pintó este cuadro sin
duda se propuso pintar la “ciudad ideal”. Es tranquilísima y no encontramos un
solo desecho humano o animal en el suelo. Nada la perturba, nada la ensucia.
Basta imaginarnos cómo debía de ser una ciudad europea en el siglo XV, Urbino
por ejemplo, para concluir que esta ciudad que vemos no puede ser si no una
entelequia, un “desiderio” como dicen los italianos y, en definitiva,
verdaderamente “ideal”.
De esta enigmática tabla casi nada
sabemos. Los expertos no se ponen de acuerdo ni siquiera en su autoría así como
tampoco en su datación. Se propone la segunda mitad del Quattrocento, pero eso
es obvio. ¿Cómo es posible que de una obra tan lograda, tan rotunda no haya
quedado testimonio contemporáneo de algún escritor o comentarista que aporte
esos datos esenciales? O quizá los hubo y las vicisitudes de la historia los
han destruido. Solo nos queda la obra, ella habla por sí misma.
Fijémonos por un momento en las
ventanas a izquierda y derecha del tempietto
central. Muchas de ellas están abiertas, y lo curioso es que lo están de modo
diverso: unas completamente, otras a la mitad y algunas, solo en tres cuartos.
De las cuatro puertas del templo la que vemos también aparece medio abierta.
Estas señales, y algunas plantas que adornan los alféizares de ciertas ventanas,
son las únicas marcas de la presencia humana. En cuanto al templo, eje
vertebrador de toda la composición, más bien parece una astronave que ha caído
del cielo preocupándose en aterrizar limpiamente justo en el centro de la
plaza.
Por mucho que nos esforcemos no
encontraremos forma de explicar qué sucede en esta ciudad. Sería mejor
abandonar esa vía porque en ella no sucede realmente nada. Recordemos que se
llama “la ciudad ideal”, precedente muy anticipado de lo que cinco siglos
después llamaríamos “paisaje metafísico”. En realidad, es la escenificación de
un mundo en el que el tiempo parece haberse detenido. Al contemplar esta vista
lo primero que nos llega es la sensación de silencio y calma. Una calma y un
silencio logrados a través de una geometría perfecta capaz de construir un
espacio sagrado. Y aquí volvemos a Alberti. Solo el pintor que domine la
perspectiva cónica, principio supremo del Renacimiento, será verdadero hacedor
de espacios.
Lo que hace de este cuadro una
experiencia estética e intelectual absolutamente fascinante es la
cristalización perfecta de un mundo construido, animado e inanimado, en el que
el tiempo y el espacio se han imbricado de tal forma que ya el uno sería irreconocible
sin el otro. Es decir, lo que hace de este cuadro una experiencia completa e
inolvidable es que trazando una ciudad pinta una nueva eternidad.
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