viernes, 16 de septiembre de 2016

ANTES DE SUICIDARSE LEA A CIORAN




¡Qué placer extraordinario reencontrarse después de tanto tiempo con Cioran! Pocos pensadores tan estimulantes como él. Leerle siempre me produjo una enorme satisfacción intelectual, pero oirle hablar en franca y aguda conversación con distintos interlocutores –como ahora es el caso- no tiene precio. Cioran en estado puro, es decir, una sacudida certera y constante a las ideas establecidas, a las convenciones heredadas y a tantos de los tópicos de nuestra cultura occidental.
Enseguida percibes que no es ni un pedante ni un charlatán, que se sitúa en ese reducidísimo y milagroso espacio que solo ocupan los sabios y los vencidos y que su espíritu descreído, lejos de ser una pose, obedece, por un lado, a su inteligente observación de sus semejantes y, por otro, a la ingente cantidad y calidad de sus concienzudas lecturas en varios idiomas.


A Cioran lo leí por primera vez en París y en francés, idioma que él mismo adopta en 1947, siendo un estudiante de posgrado (allá por el Pleistoceno, cuando aun las personas leían libros en el metro) que se las apañaba para dilatar el regreso a España hasta donde dieran la imaginación y el dinero. Recuerdo que por aquel entonces yo leía a Cortázar con arrobo y un punto de exhibicionismo. Hasta que, por casualidad, me topé con el primer libro de Cioran, “Syllogismes de l´amertume”, que compré de segunda mano simplemente porque me atrajo el título. A partir de ese momento algunas cosas invisibles empezaron a cambiar en mí (aunque después se fueran haciendo más visibles). Dejé, por ejemplo, de pasearme con “Rayuela” por la calle, fuera a ser que alguien, con conocimiento de causa, me tomara por un ingenuo surrealista trasnochado. Cioran me hizo madurar de un golpe y por unos años su inestimable ayuda me evitó lamentables pérdidas de tiempo y me previno de la peligrosa amistad de ciertas utopías. Luego, como suele ocurrir con el correr de los años, la pasión se fue enfriando, probablemente a causa de haberlo leído por completo y quedarme sin más títulos.
La semana pasada, en la librería del Pompidou de Málaga, reparé en “Conversaciones”, el volúmen que Tusquets publicara hace ya 20 años y en el que se recogen una veintena de entrevistas y conversaciones con el pensador rumano, y me puse sin falta a leerlo. Y hasta hoy.
Voy a darles solo tres razones para leerlo, si no lo han hecho todavía. Miren lo que dice:

1.       -- “Yo creo en la catástrofe final. Para un poco más adelante. No sé qué forma adoptará, pero estoy absolutamente seguro de que es inevitable. Toda predicción es arriesgada y ridícula, pero se siente perfectamente que se trata de un viraje negativo y que esto no puede acabar bien (…) Un día vino a verme aquí un filósofo. Nunca me entiendo con él porque lo ve todo de color de rosa. Al salir de aquí continuamos la conversación en la calle. Nos dirigimos hacia el cruce del Odeón y me dijo: “mira, en el fondo, la frase de Marx de que no hay problema que no pueda resolverse…”. En aquel preciso momento vimos un inmenso embotellamiento. Todo estaba bloqueado. Dije: “¡Mira hombre!¡Mira este espectáculo! El hombre creó el coche para ser independiente y libre. Ese es el sentido del coche y mira en qué ha acabado”. Y todo lo que el hombre hace acaba así. Todo acaba bloqueado. Eso es la humanidad”.

2.      -- “Todo hombre que actúa proyecta un sentido. Atribuye un sentido a lo que hace, es algo absolutamente inevitable y lamentable (…) Yo mismo he vivido en simulacros de sentido. No se puede vivir sin proyectar un sentido (…) Sin embargo, la historia tiene un “curso” pero carece de “sentido”. Tome usted el Imperio romano: ¿por qué había de conquistar el mundo para después verse invadido por los germanos? (…) ¿Por qué se esforzó la Europa occidental durante siglos para crear una civilización que ahora está visiblemente amenazada desde dentro, ya que los europeos están minados interiormente? (…) ¿Para qué haber hecho catedrales? Mire París, que hizo catedrales. Ahora tiene la torre de Montparnasse. ¡Hacer la torre de Montparnasse después de haber hecho catedrales!, ¿podemos decir después que la historia tiene un sentido?”.


3.     --  “Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse (…) La vida es soportable tan solo con la idea de que podamos abandonarla cuando queramos (…) Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento exaltante”.

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