Albert Einstein no solo fue un físico genial. El efecto de sus ideas y convicciones morales fuera del campo de la física teórica y de la filosofía de la física se ha dejado sentir en otros ámbitos como la política o la educación. Fue un hombre que ante todo creyó en la libertad individual y en el derecho de las naciones a su progreso social y cultural. Un hombre que simpatizó con algunos principios socialistas y que siempre aborreció el nacionalismo, la xenofobia y el recurso a la violencia. Su talento brilló en muchas esferas y, por ejemplo, el estado de Israel y la Universidad Hebrea le deben gratitud eterna.
Pero por encima de todo fue un hombre libre que no se amilanó ante el peso de las ideas recibidas (sean éstas las de Newton o las de cualquiera otra tradición "honorable") y quizá fuera esta disposición suya de ánimo la que le llevara a sus mayores descubrimientos y a afirmar convencido que "el sentido común es el depósito del prejuicio depositado en el espíritu de los que están a punto de cumplir los dieciocho años".