miércoles, 8 de febrero de 2012

Perdonen que me adelante: Va por Suárez


Perdonen que me adelante: Va por Suárez.


¡Lo que pueden dar de sí –literariamente hablando, por ejemplo- las diecisiete horas de angustiosa soledad que Adolfo Suárez tuvo que pasar en la Sala de Ujieres del Congreso de los Diputados entre la noche y la madrugada del 23 al 24 de febrero del 81! ¿Por qué nadie ha escrito todavía el monólogo interior de ese trance? Es una mina y creo que sería uno de los monólogos más fascinantes e instructivos de la historia española más reciente y, sin duda, un inevitable éxito de ventas, a poco de bien escrito que estuviera.
El reciente fallecimiento de Manuel Fraga me ha hecho recordar que Suárez aun sigue vivo. Aunque sólo sea de forma aproximada y quizá sin apenas certeza por su parte. En cualquier caso, los avatares del tiempo y los castigos de la fortuna han elevado la estatura de Suárez a niveles de leyenda. Pero en el decurso de su andadura política, sin embargo, atrajo odios de toda índole y procedencia, y ya se sabe que en materia de odios, el hispano suele alcanzar las notas más altas.
A Suárez se le odió con obstinación e insolencia, de frente y por la espalda, y por causas muy distintas y, a menudo, contrapuestas. Un odio peligroso porque lo solía provocar en gente poderosa y bien armada, unas veces de dinero y otras de pistola.
Le odiaba lo más granado del estamento militar (si exceptuamos al gallardo general Gutiérrez Mellado), le despreciaban dos terceras partes de su criatura política, la UCD, con Landelino Lavilla y Herrero de Miñón a la cabeza, le zancadilleaba la banca privada (con la familia Botín al frente), la prensa lo masacraba (desde la tribuna del ABC hasta los editorialistas de El País) y, por si fuera poco, el rey terminó dándole el tiro de gracia que precipitó su todavía hoy inexplicada dimisión (que años después quiso edulcorar con el Toisón). Hasta un don nadie como un cabo de la Guardia Civil apellidado Burgos se atrevió en plena ordalía golpista, aquel 23 de febrero, a escupirle a la cara una frase tan canalla como “¿tú qué te crees, el más guapito?”. ¡Y era el presidente del Gobierno! ¿Qué le habrían hecho si hubiese salido el golpe?
Luego, con el tiempo, llegaron otros, y de toda laya, pero creo que ningún presidente ha logrado suscitar tanto odio como él, ni siquiera Zapatero. Lo cual, bien mirado, dice mucho y bien de la evolución social de España.
Yo fui siempre suarista. Cuando aquí todo el mundo votaba a Felipe –en aquella movida España de “la movida”- yo seguí votando a Suárez. Lo digo sin pizca de fatuidad, no creo que por esto me vaya a dar nadie una medalla. Lo digo sólo por dejar constancia, para que no se olvide ni se me olvide. Y, sobre todo, lo digo por agradecimiento de español libre, aunque él ya no se entere.








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