miércoles, 6 de julio de 2011

Odilon Redon, príncipe en una república de sombras

El siglo revolucionario por excelencia es el siglo XIX. El XX fue su lógico prolongamiento; y su exaltación trágica.
Odilon Redon creció artística y espiritualmente rodeado de incertidumbres y esperanzas que pronto se tornaron en amenazas. LLegó, por edad, a sentir el calor de los últimos rescoldos del Romanticismo (a Delacroix nunca lo retiró de su panteón particular) y asistió como un invitado algo incrédulo al nacimiento del Impresionismo, con cuyos artistas compartió exposición en 1886 pero nunca sus principios. Él era un raro, un artista aparte.
Vio y sintió en carne propia las novedosas consecuencias de una Francia, de una Europa en trance de industrialización. Esa Europa que acortaba distancias y rebajaba costes y atiborraba las ciudades de campesinos aturdidos por medio de la máquina de vapor. Un país y un continente en intenso proceso de reformas y, por consiguiente, sin un sistema de imágenes todavía definido.
Redon eligió como título para su primer album de litografías el tan evocador como significativo Dans le Rêve. Recordemos que el poeta simbolista Gustave Kahn, compatriota y contemporáneo de nuestro pintor, había advertido al referirse a la nueva clase social que se estaba desarrollando que "se nota demasiado que estas gentes solamente se mueven para buscar sus recursos, y la fuente de los sueños se seca". Como él, Redon sabía que las aspiraciones profundas de los hombres sólo pueden saciarse, precisamente, en "la fuente de los sueños".
En sus litografías, carboncillos y pinturas Redon no deja nunca de explorar un mundo de sombras, turbio y poéticamente alucinado. Un mundo nacido de su imaginación y nutrido de las proteínas y sales minerales de gentes como Baudelaire, Poe o el mismo Darwin.
Para él, como para toda esa pléyade de exquisitos raros entre los que destacan Huysmans, Verhaeren, Böcklin o Hawkins, fueron las luces de un vasto crepúsculo -y no las de ninguna aurora- las que iluminaron su imaginación y supieron dar forma a su angustia existencial.
En aquella crisis total de fin de siglo no sólo sufrieron bajas muchos contenidos sino también las formas periclitaron. Entre aquellas ruinas Odilon Redon fue levantando obsesivamente una iconografía única y excepcional salpicada de esferas, ojos, soles negros, ángeles caídos, monstruos y mártires y místicos como Buda o Cristo.

Como dijera Des Esseintes, héroe de héroes simbolistas, sobre el compromiso del arte, Odilon Redon, mejor que ningún otro artista de su generación, dio "voz a las neurosis de su tiempo y una forma a la angustia".

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