lunes, 4 de julio de 2011

Madonna, la diosa mecánica

Madonna  es la destilación pop más consumada del mito de la Megamáquina (en este sentido, remito al libro clásico de Lewis Mumford).
Una artista de la música popular que aspira a la excelencia y la exactitud en la elaboración, producción, distribución y venta de su producto. Asesorada, sin duda, por los mejores publicistas, sociólogos de masas y oteadores de tendencias culturales del siempre incierto futuro, sabe que la humanidad siente una irresistible fascinación por las máquinas hiperdisciplinadas y los cuerpos superentrenados.


Sabedora de que le ha tocado jugar el papel de cerebro divinizado y dirigente se ha empleado a conciencia hasta conseguir hacernos creer que reúne todos los méritos para llevar las riendas del nuevo ejército de capataces que adiestra y domina sin dar cabida al más mínimo error o desmayo.
Madonna o Faraona de un ejército de autómatas programados de movimientos perfectamente sincronizados que proyecta en su actuación un anhelo de comunión universal en la masa espectadora, a la que deja como encantada en una suerte de limbo sensitivo muy parecido al  rapto sublime y momentáneo del espíritu.
Madonna de la humanidad que seduce y hechiza por medio de batallones de atractivos jóvenes (los nuevos espartanos) siempre en formaciones extremadamente disciplinadas, de una exactitud de movimientos  inaudita y, sobre todo, temerosos del latigazo inclemente de la diosa que puede castigar y torturar a la menor equivocación.
Madonna ofrece el más fascinante y perfecto espectáculo de la Megamáquina de nuestro tiempo. Por eso se la venera como a la nueva diosa popular de nuestra época. Aunque en el horizonte empiezan a vislumbrarse otras alternativas... Esperemos que, al menos, sigan siendo tan fascinantes como ella.

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